Se antojaba increíble que Franco empantanara su ejército en una batalla como la del Ebro, donde se perderían miles de vidas a cambio de tomar lomas sin valor estratégico. Parece evidente que no deseaba acabar la guerra con la mayor rapidez, sino destruir al enemigo, y prolongar aquel estado excepcional, cuando podía concentrar todo el poder en sus manos. (Gabriel Cardona, 2004: 265)

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