Según la prescripción de Bernardo de Claraval, el mentor de la Santa Sede y la mayor fuerza espiritual de la Europa de su tiempo, ningún seglar debe acceder a la casa de dios, donde los curiosos no son admitidos a contemplar los objetos sagrados, y donde el silencio y la perpetua lejanía de todo tumulto mundano obligan a la mente a meditar sobre las cosas celestiales. (Erwin Panofsky, 1987: 143)

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