Aunque McKinley ciertamente no deseaba la guerra, y también es cierto que Hearst y Pulitzer avivaron el sentimiento a su favor, especialmente después de la voladura del Maine en el puerto de la Habana, el 15 de febrero de 1898, la había considerado necesaria para conseguir sus objetivos, y planeado como mínimo desde otoño de 1897. (Walter LaFeber, 1998: 247)

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