En la penumbra del dormitorio regio instalado en el Palacio Real de Medina del Campo, la moribunda reina Isabel, tendida en su lecho, cubierto con un dosel y rematado con el escudo de armas de Castilla, recostada su cabeza sobre dos altos almohadones y tocada con un velo sujeto al pecho con la cruz de Santiago, dicta su testamento el 12 de octubre de 1504. (José Luis Díez García, 2007: 205-211)

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