Durante su larga vida (1475-1564), Miguel Ángel mantuvo siempre tal energía cósmica como para detentar el cetro de la pintura, escultura y arquitectura renacentistas. Expresión de la facultad creadora inmanente, su genio no tuvo límites ni puede ceñirse a escuelas: La decoración de la Capilla Sixtina admira por la grandiosidad del artificio y la potencia del detalle. (Jaume Vicens, 1951: II, 13)

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